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La pandemia por COVID-19 y la práctica médica

Ayer me sentí como médico primíparo nuevamente, tal como hace 20 años, cuando viajaba en el colectivo al hospital donde por primera vez me enfrentaba sólo a la medicina. Esta pandemia está cambiando muchas cosas, para bien y para mal. En la medida que uno se va vistiendo con todos los elementos de protección personal empiezan las cosquillitas en el estómago (descarga vagal en los receptores H2, pero suena más romántico decirlo así). Al entrar a la sala para valorar a los pacientes con sospecha de COVID-19 se generan muchas reflexiones.

Es un cambio enorme en la forma en que se abordan los pacientes, aquí no se establece una relación, uno está detrás de un aparataje donde no te pueden ver, es necesario, pero esa es la consecuencia. Hace casi imposible hablar con el paciente, hace casi imposible examinar el paciente, imagínense auscultar con la escafandra que no permite meter las olivas del estetoscopio en las orejas. Me sentí terrible, estaba violando muchos de mis principios que fundan mi vocación.

Esta pandemia desafía muchos de los pilares de la medicina, la relación médico-paciente se está transformando radicalmente, el examen físico se dificulta al máximo, se aísla al paciente de sus seres queridos, los que mueren, lo hacen en la más inmensa soledad. No sabemos si estas exigencias coyunturales deriven en un nuevo tipo de medicina, es una transformación radical de la forma como la practicamos y nos relacionamos con los pacientes.

En una perspectiva histórica, nunca habíamos estado tan preparados para enfrentarla. Pero la sociedad actual, consciente de todos los avances en conocimiento y tecnología, no toleraría las tasas de letalidad de la peste negra en el siglo XIV en Europa o de la gripe española en 1918. De ahí el impacto por las cifras de muertes en tan poco tiempo. El desafío ético para los profesionales de la salud es inmenso. Una figura histórica como es Claudio Galeno durante la peste antonina en el siglo II D.C. salió huyendo de Roma para su natal Pergamo, era frecuente que los médicos se alejaran de las epidemias medievales, en parte porque nadie esperaba que pudieran hacer algo frente a ellas. Ahora el contexto es diferente.

 

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Pero debemos hacer frente a la situación, cuando no se cuenta muchas veces con los elementos de protección personal o sabiendo que tienes una modalidad de contratación que no te protege y que en caso de que no puedas trabajar, prácticamente quedas sin ingresos o tienes el temor de contagiar a los tuyos. A nivel gremial se mueven los dos extremos, el romántico-vocacional (donde me tiendo a mover yo) que le da todo el sentido al juramento que se hizo al graduarnos, y por otro lado está el sindical, que exige todas las mejores condiciones para seguir laborando o que simplemente dice que no tiene por qué exponerse al riesgo y punto. No son decisiones fáciles y cada una es respetable en el marco de la situación de cada persona.


De otro lado, el mayor énfasis se ha puesto en potenciar las capacidades de los hospitales para atender a los pacientes más graves que tienen riesgo de muerte. Pero lo anterior deriva en que se descuide la atención primaria, a pesar de que es la que debería asumir el cuidado de la inmensa mayoría de pacientes con síntomas leves, los asintomáticos y la identificación temprana de los que requieren atención hospitalaria. Sin contar el perjuicio en el control de los pacientes con enfermedades crónicas y el no abordaje de otros pacientes con patología aguda que tendrán temor de consultar a los hospitales, o que al consultar contarán con un sesgo a ser identificados como sospechosos de COVID-19, o tener más retrasos en su atención debido a todos los ajustes que se han hecho para atender la pandemia.


Espero que cuando la marea se calme, podamos volver a estrechar las manos de nuestros pacientes, a mirarlos a los ojos y a ser humanos en todo el sentido de la palabra.

CARLOS ANDRÉS PINEDA CAÑAR

Director del Programa de Medicina y Cirugía

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